Creía que la demostración física que Rafa Nadal había desempeñado en las semifinales del Open de Australia contra un fabuloso Verdasco, iba a arrastrarle a una "muerte" lenta y dolorosa en la gran final de ayer domingo contra un Roger Federer bastante notorio. Pensaba que iba a salir bien, con ganas y fuerzas, pero que ese cualidad física que tiene se iba a sentir mermada con el paso del tiempo durante el partido. No nos olvidemos que en 48 horas había jugado casi 10 horas a un altísimo nivel. No es para menos y una vez más Nadal me sorprende llevándose un disputado partido, aguántando y dando un sonoro puñetazo en la mesa destacando que sigue siendo el número 1, a pesar del más que seguro cansancio-recuerden que destacó que tuvo mareos cuando estaba entrenando-. Federer parecía que tenía puestas muchas esperanzas en esta final y no pudo soportar la emoción del momento donde el tenista manacorí tuvo que consolarlo y darle ánimos. Ayer no solamente demostró ser un tenista como la copa de un pino, de los mejores de la historia seguramente -sin olvidarnos de ser uno de los grandes de España-, sino demostró algo más: educación, humildad y sencillez.